Por R.C. Sproul |
“Jesús quiere que cuidemos de los pobres. El Socialismo cuida de los pobres. Por lo tanto Jesús quiere el Socialismo”. Es un razonamiento bastante simple. Es, sin embargo, un razonamiento terriblemente defectuoso. La primera premisa, de que Jesús quiere que cuidemos de los pobres, es muy cierta. El que vayamos a rechazar la conclusión, no nos lleva a negar la verdad de la primera premisa. El maltrato hacia los pobres era una inquietud regular para los profetas del Antiguo Testamento, y la adecuada atención de los pobres un tema crucial en el establecimiento de la ley para el pueblo de Dios, Israel. También Jesús habló sobre el asunto, así como varios de los escritores de las epístolas del Nuevo Testamento.
La segunda premisa no es para nada cierta. No es verdad en absoluto. Más adelante voy a señalar su falta de verdad, pero por ahora, estoy dispuesto a conceder que sea verdad, con el fin de demostrar que el razonamiento es todavía defectuoso. Todo lo que tenemos que hacer es sustituir dos premisas verdaderas diferentes y encontrar que la conclusión es falsa. Considera este razonamiento —Es bueno para mi césped que sea regado. Un diluvio de proporciones como las de Noé riega mi césped. Por lo tanto un diluvio de proporciones como las de Noé es bueno para mi césped. O este —Jesús quiere que los criminales sean castigados. Hacer justicia por mano propia castiga a los criminales. Por lo tanto, Jesús quiere que hagamos justicia por mano propia.
La esencia de los tres argumentos se reduce a esto —cualquier medio que permite alcanzar un fin deseado debe ser bueno, algo que deberíamos procurar. En pocas palabras, el fin justifica los medios. El problema es que no lo hace. Una de las funestas influencias del pragmatismo sobre la cultura más amplia y sobre la iglesia es que debemos establecer nuestros fines, con razón o sin ella, y luego ignorar la ley de Dios al decidir cómo perseguiremos esos fines. La ley de Dios, sin embargo, nos muestra no solamente lo que deberíamos perseguir, sino también el modo justo y bíblico de perseguirlo. Hacer las cosas de Dios a nuestra manera acaba siendo hacer nuestras cosas, y no las cosas de Dios.
El Socialismo opera bajo la premisa de que el estado no solo tiene la autoridad para tomar lo que legítimamente pertenece a un hombre para dárselo a otro, sino que tiene la obligación de hacerlo. Sea que se trate de la educación socializada, o la atención médica socializada, o la medicina socializada, o la jubilación socializada, o simplemente el tomar el dinero en efectivo de un hombre para dárselo a otro, es parte de la misma pieza.
El que estemos a favor de la educación o la medicina o la jubilación, el que queramos ver a otros recibir estas bendiciones, sin embargo, no debe llevarnos a apoyar programas que toman la riqueza que Dios ha confiado al cuidado de un hombre para dársela a otro. Cuando un hombre toma algo de otro a la fuerza, correctamente llamamos a esto robo, algo prohibido por Dios en los Diez Mandamientos. Cuando diez hombres o diez millones de hombres eligen líderes civiles para tomar la riqueza de otros a la fuerza, esto también es algo prohibido por Dios en los Diez Mandamientos. No hace ninguna diferencia si este robo nos beneficia a nosotros o a aquellos que nos gustaría ver beneficiados.
Lo que nos trae de vuelta a la segunda premisa del argumento original, “el Socialismo cuida de los pobres”. No lo hace. El Socialismo perjudica a los pobres. ¿Cómo sabemos esto? Porque es precisamente lo contrario al modelo que Dios estableció para el cuidado de los pobres. El Socialismo se basa en quitarle al prójimo. El modelo de Dios, al establecer las leyes sobre la recolección de las espigas en el antiguo Israel, se basa en que el prójimo comparta libremente con el pobre [N. del T.: ver Lv 19:9–10, 23:22; cf. Rut 2]. El Socialismo le quita al hombre su dignidad, y su razón de ser, al despojarle del incentivo al trabajo. La recolección de espigas mantiene el llamado al hombre de ser productivo, y mantiene su dignidad. Recoger espigas era una labor difícil y agotadora. Ir a tu buzón para recoger un cheque es por lejos la peor manera de no trabajar, que degrada y maltrata el alma.
Jesús quiere que nosotros cuidemos de lo pobres. Pero el “nosotros” quiere decir tú y yo. No tú y yo votando por un candidato que promete quitar de ellos. No podemos alimentar a los hambrientos en el nombre de Jesús si simplemente le hemos quitado la comida a nuestro vecino. Más bien estamos bautizando lo que realmente hacemos, dar lo que hemos quitado de otros en el nombre del César. Tenemos que dar libremente, de nuestras propias bendiciones. El creciente celo entre los evangélicos más jóvenes por lo que ellos llaman “justicia social”, es por desgracia muy a menudo un celo por la injusticia social. La pasión entre los cristianos mileniales por el cuidado de los oprimidos es loable. Su voluntad de pisar sobre su vecino, sin embargo, no lo es.
Cada uno de nosotros estamos llamados a recibir por gracia, y a dar por gracia. Ninguno de nosotros, sin embargo, está llamado a quitar. Y cuando lo hacemos, tomamos el nombre de Jesús en vano.
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