por R.C. Sproul |
El sincretismo es el proceso por el cual algunos aspectos de una religión son asimilados, o incorporados, a otra religión. Esto lleva a cambios fundamentales en ambas religiones. En el Antiguo Testamento, Dios estaba profundamente preocupado con las presiones y las tentaciones hacia el sincretismo. Cuando el pueblo de Dios entró en la Tierra Prometida fueron confrontados con religiones paganas. Los dioses cananeos, Baal y Asera, se convirtieron en objetos de la devoción israelita. Más adelante, el pueblo de Dios adoró a los dioses nacionales de Asiria y Babilonia. La ley de Dios le advertía a Israel con claridad que no debía abandonar a Jehová en pos de otros dioses, y que tampoco debía adorar a otros dioses además del verdadero Dios. Los profetas predijeron los juicios venideros que caerían si la gente modificaba su fe para acomodarla a las doctrinas y prácticas extranjeras.
El período del Nuevo Testamento fue típico de un extenso sincretismo. Con la expansión del Imperio Griego, sus dioses se mezclaron con los dioses nativos de las naciones conquistadas. El Imperio Romano también abrigó en su seno a todo tipo de culto y religiones de misterio. El cristianismo no pudo escapar a esto. Los padres de la iglesia no solo propagaron el evangelio sino que lucharon por proteger su integridad. El maniqueísmo (una filosofía dualística que identificaba lo físico con el mal) se introdujo en algunas doctrinas. El docetismo (una enseñanza que negaba que Jesús hubiese tenido un cuerpo físico) ya constituía un problema mientras el Nuevo Testamento estaba en proceso de composición. Muchas formas de neoplatonismo hacían un esfuerzo consciente por combinar elementos de la religión cristiana con la filosofía platónica y con el dualismo oriental. La historia de los credos cristianos es la historia del pueblo de Dios buscando separarse de las artimañas de las religiones y filosofías foráneas. Este problema todavía existe hoy en día en la iglesia. Las filosofías no cristianas como el marxismo o el existencialismo buscan el poder del cristianismo mientras dejan de lado lo que es singularmente cristiano. El sincretismo continúa siendo una herramienta poderosa para separar a Dios de su pueblo.
Cada generación de cristianos tiene que enfrentarse con la tentación del sincretismo. Si nuestro deseo es «estar al día» o ser contemporáneo en nuestras prácticas y creencias, caeremos en la tentación de ser conformados por los modelos de este mundo. Aceptaremos las prácticas y las ideas paganas e intentaremos «bautizarlas». Hasta cuando combatimos y nos enfrentamos con las religiones y filosofías extrañas corremos el riesgo de ser influenciados por ellas. Cualquier elemento extraño que se filtre en la fe y la práctica cristiana constituye un elemento que debilita la pureza de la fe.